15 abril 2009

Le Grand Café Belfort de Brujas ( Brugge / Bruges / Brügge / بروژ )


La ciudad de Brujas, cuyo aspecto medieval es curiosa y mayoritariamente de factura reciente - la Unesco le cuelga la medalla de patrimonio universal en el 2000-, es actualmente un océano de restaurantes y bares. Los turistas europeos, ingleses sobre todo, atraídos por la cercana Waterloo -sede de la batalla en la que Napoleón perdió a los puntos con el Duque de Wellington-, la sacaron de su letargo cuando empezaron a visitarla allá por el siglo XIX.

Hoy, cuando te internas, a codazos, abriéndote paso entre las oleadas de turistas, en el ultraliberal centro histórico de esta hermosa ciudad afeada por el afán de querer quitarte todo tu dinero (una caja con 5 tiritas, 6 €), debes saber que la has cagado, hermano, porque ahora ya sólo eres un zombi más, dispuesto a poner una cruz en un absurdo mapa de escapadas, bombardear a los amigos con estúpidas fotos y escribir en un diario deprimente "excursión a Brujas".

Y aunque es más que obvio que no todo el mundo va a compartir este punto de vista y dejar, por ello, de ir a este antiguo burgo surcado de canales de aguas sucias a 12 kilómetros del Mar del Norte, mejor será que me creas cuando te digo que ¡no vayas al Grand Café Belfort!, un restaurante con mucha tontería y doble entrada en pleno centro histórico (calles Markt 25 y Eiermarkt 16), cuyo burdo y rapiñero objetivo parece exclusivamente enfocado a la succión de haberes ajenos; más concretamente, los del ingenuo turista de masas estándar (puentes, semanasantas, lunasdemiel y demás).

Dicho esto, expongo mi caso. Pedimos una botella de agua, un té, tres cervezas y tres sángüiches de jamon york y queso y el monstruo de feo del camarero nos clavó, sin protección -imagino que siguiendo al pie de la letra las turbias directrices de Maledetto XVI-, nada menos que 69 €. Para hacernos una idea: Franco y yo pedimos dos cervezas brune, concretamente de la marca Leffe, que en el supermercado no llegarían a 1,5 €, por las que nos cobraron ¡¡¡14,60 €!!! Los tres sángüiches los conviertieron en 6 -¿por...?- y los adornaron con un poco de ensalada para poder así meternos ¡¡34,50 €!!! El té que pidió Lidia costó 5,30 € y la cerveza blanca de Teresa (una Hoegaarden que en el super vale menos de un euro), ¡¡¡7,30!!! Santo dios, si hubieramos pedido, como pensamos, unos mejillones, ¿qué habríamos pagado? ¿200? ¡Qué hijos de la gran puta!

Sabedores del carácter fungible del turista contemporáneo, muchos negociantes por estos pagos no están por labrarse una clientela fiel, lo que resulta ontológicamente imposible, sino por vaciarte la cartera cuanto puedan. Así que no vayáis nunca a estos sitios sin comprobar primero los precios, pero jamás jamás de los jamases, bajo ningún concepto, a Le Grand Café Belfort de Brujas. Que les den por culo a estos ladrones.

Recordad: LE GRAND CAFÉ BELFORT

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